El bosque de caldén
Desde hace medio siglo que en La Pampa se pierden 2.400 hectáreas de bosque de caldén por año. En Argentina quedan más de 2,5 millones de hectáreas, aunque en su gran mayoría están quemados y fragmentados. Según los especialistas, el que queda no es el original y, si se quiere preservar el que existe, hay que aumentar las áreas protegidas y diseñar una estrategia de uso y conservación…
(Suplemento ECO / Septiembre de 2003). Según el Primer Inventario Nacional de Bosques Nativos realizado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, el bosque de caldén (Prosopis caldenia) ocupa hoy algo más de dos millones y medio de hectáreas, y gran parte está quemado y fragmentado. Este ecosistema, característico de la región semiárida y templada de nuestro país, es la última etapa de la “herradura del espinal”.
En sus orígenes, bajaba desde el suroeste de Córdoba y centro sur de San Luis, atravesaba al medio la provincia de La Pampa y avanzaba hasta el sur de Buenos Aires y noreste de Río Negro.
De aquellos bosques hoy casi no queda nada. “Si hoy Bairoletto (el bandolero romántico que fue el temor de los ganaderos en las pampas de la Argentina de principios del siglo veinte) buscara refugio en la espesura del bosque de caldén como hace 50 años, encontraría muy pocos de ellos y los que hay están cubiertos de fachinal”, dice Julio Domíguez, poeta popular pampeano conocedor del bandolero y del caldenar.
Argentina, mi país
Argentina perdió dos tercios de sus bosques nativos, pasando de 106 millones de hectáreas (ha) que había a comienzos del siglo XX a unos 33 millones en la actualidad (hoy queda una superficie que equivale a toda la provincia de Buenos Aires, mientras que a principio del 1900 existía una extensión como las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba, Chubut y Santa Cruz juntas)
Y el bosque del espinal, donde habitan el caldén y el algarrobo, también sufrió y sufre una grave deforestación, a tal punto que “está en serio riesgo de extinción”, dijo a ECO el ingeniero Carlos Merenson. Lo que significa que, si bien no se extingue, puede desaparecer de una región, explica.
Merenson, Director de Conservación de la Biodiversidad de la Nación y ex secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina, señala que “el bosque de caldén en La Pampa muestra un preocupante grado de fragmentación que alarma, máxime considerando lo acontecido en las vecinas provincias de San Luis y Córdoba donde quedan únicamente relictos de la especie”.
Por su parte, el Director de Recursos Naturales de La Pampa, Héctor Albera, sostiene que se hace imprescindible pensar en una política de conservación de este ecosistema, sobre todo porque a la actual tasa de deforestación y pérdida por incendios, en medio siglo la provincia se quedaría sin bosques.
Cada vez menos
Visto desde lo más alto del cielo, el bosque de caldén se encuentra en terapia intensiva. Los mapas satelitales señalan con un verde más oscuro las zonas con bosques nativos y, a juzgar por las imágenes, apenas quedan unas pocas manchas así en la región.
En La Pampa, la provincia con mayor extensión, solo existen 1.607.476 ha de las cuales casi 600.000 ha corresponden a caldenal quemado. A estos datos hay que agregarle más de 200.000 ha quemadas hace dos años cuando se incendiaron casi 4 millones de has, entre bosque, arbustos y pastizal.
Si se compara con los informes contenidos en el Inventario de Recursos Naturales realizado por Cano, Fernández y Montes, la provincia perdió más de 1 millón de ha de bosques. De acuerdo a los autores, veinte años antes había 2.710.000 ha frente a las 1.607.476 ha que describe recientemente el Inventario Nacional de Bosques.
Sin embargo el caldenal se extiende por otras provincias argentinas. Según los datos contenidos en el Inventario Nacional; San Luis cuenta en la actualidad con 843.000 ha de las cuales la mitad corresponde a caldenal quemado, Buenos Aires tiene 620 ha de caldenal quemado y Córdoba apenas 36.000 ha y más de la mitad quemadas.
Fronteras adentro
Los incendios, intencionales o accidentales, resultan un enemigo declarado para el caldenal, aun cuando no toda la superficie quemada es pérdida total y a veces algo del bosque sobrevive y vuelve a nacer.
De todas maneras y de acuerdo a la opinión de los especialistas, los males no son atribuibles sólo a las llamas. Dicen que, como una maldición, el bosque no tuvo mejor idea que crecer muy cerca de una de las regiones productivas más importantes del país y del mundo: la pampa húmeda. Muy solo en la frontera norte y oeste de la “Argentina agroganadera”, desde hace decenas de años da batalla a la ambición sin límites de una frontera agropecuaria que día a día pide más y más tierras para el cultivo y el ganado.
Según datos oficiales, en La Pampa todos los años se pierden 2.400 ha de bosque de caldén (Prosopis caldenia) por desmonte y por limpieza y ampliación de picadas, una superficie equivalente a unas 2.400 canchas de fútbol. Esta deforestación sucede todos los años desde hace más de medio siglo.
Aun cuando cuesta pensar que las medidas que se deciden en la Casa Rosada, en la Ciudad de Buenos Aires, tienen alguna incidencia en los bosques ubicados a cientos de kilómetros de allí, lo cierto es que la devaluación y la recuperación económica del campo tuvo y tiene consecuencias negativas para el bosque.
El ingeniero Merenson sostiene que, a pesar de las legislaciones provinciales y nacionales y de los controles que se realizan, han resultado insuficientes para detener el proceso de fragmentación del caldenal: “sólo ha encontrado frenos temporales cuando la actividad agroganadera tiene una baja rentabilidad”.
Mientras en plena crisis del sector agropecuario en el año 2001 la media de deforestación en La Pampa rondaba las 200 ha anuales, hoy el promedio vuelve a sus niveles históricos y se espera que para este año se talen más de 1.600 ha. “Con plata la gente de campo desmonta. Ahora la vaca, la soja y el girasol tienen un valor que compite directamente con el bosque en pie”, dice la ingeniera Marta Scarone, de la Dirección de Recursos Naturales de La Pampa. Según Scarone, el productor debe pagar hasta 800 pesos la ha para desmontar. “Aún así lo hace porque da mejores ganancias, a tal punto que hay productores que están dispuestos a pagar las multas por talar sin previa autorización antes que esperar la autorización de nuestra Dirección”.
De acuerdo a los datos de la Dirección de Recursos Naturales, desde el año 1956 hasta el 2001, el promedio de deforestación de bosque nativo era de 1.665 ha al año. Esto significa que se desmontaron, dentro de los marcos legales, casi 75.000 ha (diez veces la superficie de la única reserva de caldenal de La Pampa, la Reserva Provincial Parque Luro).
Y el año 2003 parece que no va a ser la excepción. A pesar de que aún se está a mitad de año, ya ingresaron a la repartición pública 109 pedidos de desmonte por parte de productores rurales. “Hasta septiembre continúan los pedidos. Por eso creo que este año vamos a continuar con los valores promedio de las 1.600 ha por año”, señala Scarone.
Si bien no se puede contabilizar como un perjuicio directo para el bosque de caldén, la limpieza de las picadas (que ayudan a combatir los incendios) también repercute en el bosque, ya que por año se desmontan 800 ha.
En la Reunión Nacional de la Conservación de la Caldenia que se realizó en Córdoba, investigadores y ambientalistas de San Luis denunciaron que el desmonte para siembra hace estragos en esa provincia. “Los pool de siembra alquilan los campos para desmontar y convierten el caldenal en cientos de hectáreas de maníes… En la cabeza del productor, que piensa el hoy sin mirar el mañana, los números son irrefutables. El caldenal en pie no los seduce”, se quejaban.
Tema: la vaca
Aunque existe quienes afirman que el caldén como árbol está por desaparecer, muchos lo desmienten rotundamente. “Mientras exista la vaca, vamos a tener cada vez más árboles”, dicen y aclaran: “Lo que sí está en extinción es el bosque en su estado original. De ese ya queda poco y nada”.
Es que el árbol encontró su aliado en la vaca, a tal punto que en algunos lugares llega a ser una especie invasora. El animal come el fruto del caldén, la chaucha, que pasa por su tracto intestinal y de esta forma va sembrando los campos de nuevos retoños. Y vacas por las pampas argentinas hay muchas, tantas que se cuentan por millones.
“Gran parte del bosque original desapareció”, dice contundente Daniel Estelrich, reconocido especialista en ecología del caldenar y vicedecano de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Pampa. Estelrich comenta que están trabajando en un programa Sudamericano para conservación de áreas naturales de pastizal y bosques y que han detectado que aún “quedan algunos lugares parecidos al ecosistema original, pero son muy pocos”.
Por su parte, Ernesto Viglizzo, coordinador del Programa de Gestión Ambiental para todo el país del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) señala que “el bosque que tenemos hoy es totalmente antropogénico, hecho por el hombre desde hace cien años atrás”, y si hay que conservarlo, “hay que saber que el actual no es el original”.
Viglizzo señala que hasta en algunos lugares el caldén se ha convertido en una especie invasora: “hoy lo encontrás hasta en Carhué, en provincia de Buenos Aires, desparramado por el ganado”. Igual que otros profesionales, dice que el original era un bosque de praderas, totalmente abierto y de árboles muy altos. “Si uno ve fotos del 1910, en la zona noroeste, por Victorica y Luan Toro, uno ve una gran pradera abierta y cada tanto un árbol de caldén”.
Ernesto Morici, un profesional que hace varios años camina las pampas argentinas de punta a punta, afirma que de aquel bosque original, abierto y con árboles robustos y frondosos, ya no queda nada. “Es importante aclarar que el caldén no está desapareciendo sino todo lo contrario. Lo que sí desapareció es el bosque original del caldén. Ese me animo a decir que ya no queda más” y aventura: “Yo creo que hoy existe más superficie con caldenes que hace 50 o más años”.
Más allá de las dificultades por definir cómo era el bosque años atrás, todos acuerdan que el caldenal hoy ya no es el mismo. El ecosistema, con su diversidad de especies de animales y de plantas, tal como la conocieron los mapuche, ese bosque ya no es el mismo. “Viejos hacheros me contaron que en esta zona había algarrobos entre los caldenes… hoy es todo un acontecimiento encontrar uno”, cuenta Marta Scarone.
Según el Inventario Nacional de Bosques Nativos, el caldenal es uno de los ecosistemas más castigados del país. El arado, el ganado, los incendios y el desmonte son las causas principales de la degradación.
En reserva
Si se comparan los datos contenidos en el Inventario Integrado de los Recursos Naturales de La Pampa realizado en 1980 por Cano, Fernández y Montes, con el Inventario Nacional de Bosques Nativos elaborado recientemente por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, se perdieron más de 55.000 ha por año. A este ritmo, las 700.000 ha de bosque sin mucha fragmentación o que aún no fueron afectadas directamente por el fuego en La Pampa, desaparecerán en una decena de años.
Pero lo más trágico es que menos de un 25% es recuperable en el corto plazo. “Aquí quedan aproximadamente unas 120.000 hectáreas buenas de caldenal”, dice Albera quien reconoce que diseñar una política de conservación no es tarea sencilla: “La mayoría está fraccionado en una cantidad muy grande de productores privados que hacen muy dificultoso implementar una política de reservas, sobre todo sin recursos económicos”, afirma el funcionario.
Marta Scarone también opina que se deben tomar medidas de manera urgente: “Hay que pensar seriamente en establecer un área de reserva de por lo menos 100.000 hectáreas”, y señala que hay que pensar cómo preservar aquellos que están en medio del ganado y los sembrados.
Graciela Alfonso, bióloga y responsable de Proyecto de Conservación y uso Sostenible del Ecosistema del Caldenal del Centro de Estudios Ambientales “EcoSur”, señala que es imprescindible que el productor agropecuario asuma la defensa del bosque como propia. “Debemos crear reservas, debemos incorporar áreas de amortiguamiento alrededor de las reservas pero, sobre todo, debemos convencer a los dueños de los campos de que se puede producir y conservar, obteniendo beneficios a mediano y largo plazo para el bolsillo del productor y para el bienestar el bosque”.
Según los datos contenidos en el Inventario Nacional, la mayor extensión de bosques se encuentra en La Pampa y le sigue en orden San Luis. En las demás provincias las superficies son tan pequeñas que resulta difícil considerarlas como ecosistemas.
Los tiempos no corren a favor del bosque y las superficies destinadas como probables áreas protegidas son muy pocas. La Reserva Provincial de Parque Luro ubicada a 35 kilómetros de la capital pampeana, y una pequeña reserva al sur de Córdoba, son las únicas áreas que conservan este ecosistema del caldenal.
De hecho, las 7.600 ha del Parque Luro y las 5.300 ha de la Reserva Provincial Privada en Córdoba están muy lejos de las 100.000 ha que los expertos consideran como las mínimas y necesarias para comenzar a pensar seriamente a conservar el caldenal.
De las 2,5 millones de ha que quedan, una superficie importante está quemada, otra fragmentada y casi toda tiene como propietarios a particulares privados. Menos de un 1% está protegida y hasta el momento no existe una estrategia de conservación que intente frenar la degradación y pérdida de este ecosistema.
Merenson afirma que se deben crear áreas protegidas, pero que de nada sirve si no se recuperan las zonas degradadas de caldenal y se involucra a toda la sociedad en esta empresa. “Se debe promover además, el conocimiento y el aprovechamiento de los denominados productos forestales no madereros, profundizar en los estudios sobre la acción del fuego en la dinámica del ecosistema, el uso de técnicas que eviten el sobrepastoreo, aplicar sistemas agro-silvo-pastoril, entre otras medidas”.
Estelrich señala que hay que implementar una línea de trabajo que busque “entender cómo funciona el ecosistema para poder manejarlo sin destruirlo”.
Por su parte, Viglizzo sostiene que lo ideal es “recuperar el bosque nativo, sin fachinal, con árboles altos y dispersos”, pero resulta un proceso muy complejo si se analiza que en esos campos hoy se practica la ganadería.
Alarmados por la pérdida del ecosistema, los especialistas se muestran más que preocupados. “Conservar el caldenal es una carrera contra el tiempo”, se alarma Graciela Alfonso de EcoSur. “Si no definimos entre todos una política de estado que conserve al caldenal de manera sostenible, vamos a estar dentro de unos años lamentándonos”, agrega.
Informe: Pablo DAtri
Ilust.: Bibi González